Antes de nada


Antes de nada. En segunda persona. 
Te llaman por teléfono y te ofrecen escribir un diario. Aquí, en La Opinión. Un diario en un diario. Tiene gracia, piensas. Se publicará todos los domingos. En él podrás escribir lo que quieras. Lo que te va sucediendo, lo que lees, lo que piensas, lo que vives, lo que eres. Para variar, estás hasta arriba de trabajo. Sin embargo, por algún motivo, no dudas un momento en aceptar. Ya escribes muchas de estas cosas en Twitter y en Facebook, es verdad. Pero esto es diferente, te dices. Hay algo de permanencia en el periódico, en el papel, que Facebook y Twitter no tienen. Un sentido de materialidad, de tangibilidad, de memoria de un presente que, de lo contrario, corre el riesgo de perderse para siempre. Por eso dices que sí. Presente continuo, lo titulas. Y comienzas a escribir. Lo haces sin pensar demasiado, sin darle excesiva importancia a la forma. Buscas la inmediatez, el tiempo-ahora, el flujo continuo de los pensamientos. Quizá por eso decides escribir en segunda persona. Por eso y porque de ese modo te resultará más fácil exponerte ante los demás. Es una manera de salvaguardarte, un modo de poner distancia, un espejo que, sin embargo, te confronta con tu presente.
Es presuntuoso escribir de ti, lo sabes. Es presuntuoso escribir un diario y creer que alguien le va a importar un bledo lo que digas. Bastante tiene cada uno con lo suyo para que le interese lo que se te pasa por la cabeza. ¿Por qué escribes, entonces? Te lo has preguntado muchas veces. Y siempre llegas a la misma conclusión: porque no tienes más remedio. Porque escribir es lo único que te salva. Porque lo necesitas, porque siempre lo has hecho, porque no puedes dejar de hacerlo. 

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