11 - 17 Octubre


VIERNES 11
Los libros de los otros.
Te levantas temprano para escribir, pero no estás lúcido. Rápidamente te das cuenta de que hoy no es día de avanzar, sino más bien de planificar, de repensar, de tomar cierta distancia sobre lo que llevas escrito y ver por dónde seguirás ahora. Sobre la mesa tienes una pila de libros que manejas de vez en cuando para ver cómo los demás encuentran soluciones a problemas que a ti también te surgen. A veces los abres como el mecánico que levanta el capó de un coche, para ver el engranaje: para comprender cómo logra Auster pasar de una historia a otra, cómo mantiene la tensión de la prosa Gonçalo Tavares, cómo trata los tiempos Menéndez Salmón, cómo organiza la novela Patricio Pron…  Los lees con ojos de escritor, para saber cómo los escritores que admiras hacen funcionar una obra. Escribir, piensas, es también leer de ese modo, analizar, desmontar, examinar los libros de los demás. Con esa técnica, incluso te sirven las malas novelas. De hecho, casi más que las buenas, porque muchas veces los libros malos dejan al aire las costuras y se les ve el esqueleto. En ocasiones, la mala narrativa es buena como herramienta de trabajo. Te muestra “cómo no hacer las cosas”.

Cuando comienza a anochecer, sales a correr con J. Es la primera vez que corres con alguien. Y todo es distinto. Aunque apenas puedes hablar, la sensación de ir acompañado, de poder escuchar al otro, o incluso de poder proferir algo con la respiración entrecortada, hace que te olvides de lo que cuesta mover un cuerpo como el tuyo. Un cuerpo grande y pesado que se clava en el suelo a cada salto. No estás hecho para el deporte. Aun así, hoy has batido tu propia marca. Ochocientas cincuenta calorías en una sesión. Luego, el sudor no remite hasta bien entrada la noche. Y casi no puedes dormir de la excitación. Incluso piensas en levantarte a media noche para seguir corriendo.

SÁBADO 12
Más que fútbol.
Por la tarde vas al fútbol con tu hermano J. Quieres a tus hermanos por igual, pero no puedes negar que con J. te une una relación especial. Dormiste a su lado durante bastante tiempo cuando tenías cinco años. Recuerdas aún que, antes de cerrar los ojos, con la luz ya apagada, te preguntaba todas las noches por los campos de Primera y Segunda división. “¿El Logroñés?”: “Las Gaunas”; “¿El Oviedo?”: “Carlos Tartiere”. Y así toda la noche. Siempre, antes de dormir. También te contaba historias de la mili. Y te decía que había sido sólo del Madrid hasta que hizo la mili en Canarias y se dio cuenta de que, en la distancia, su equipo de verdad era el Real Murcia. Y tú entonces también te hiciste del Murcia y has sido socio desde el momento en el que ya no te dejaron entrar gratis al campo por ser un niño. Socio infantil. Viste al Murcia en Primera. También en Segunda. Y en Tercera.

Ir al fútbol para ti ahora es, entre otras cosas, “ir con tu hermano”. Es una manera de encontrarte con él aunque sea una vez cada dos semanas. Antes te llevaba de la mano. Luego creciste un poco y, durante un tiempo, te daba vergüenza que te agarrara, con lo mayor que eras. Ahora, sin embargo, no te importa darle un abrazo y un beso cuando llegas al campo –él siempre está allí antes que tú–, aunque la gente mire extrañada a dos hombres grandes y calvos que se besan con alegría.

Lo que tienes claro es que el fútbol no es sólo fútbol. Para ti está lleno de memorias que ya son inseparables de tu experiencia. Muchas se quedaron en la vieja Condomina –como el último partido al que vino tu padre, la promoción contra el Zaragoza–, otras van creándose cada fin de semana. A veces lo de menos es lo que pasa en el rectángulo de juego. Aunque en ocasiones te haga saltar de emoción o desesperarte.

DOMINGO 13
Preparar lecturas.
Te levantas con un dolor de garganta tremendo. Malestar y fiebre. Te inhabilita para hacer cualquier cosa. Intentas preparar el taller que impartirás esta semana en Venezuela. Te acabas de dar cuenta de que está encima y que no tienes tanto material como creías. Relaciones entre arte y literatura. Buscas todo lo que tienes escrito. Cortas, pegas y montas algo nuevo. No sabes si habrá suficiente. Diez horas de taller es demasiado. Y no sabes aún la dinámica que vas a seguir. Improvisarás, seguro.

Acabas Divorcio en el aire, la última novela de Gonzalo Torné. Reconoces que es un gran libro y que el autor tiene una prosa envidiable. Sin embargo te cuesta muchísimo entrar en el libro. Es un mundo que sientes demasiado ajeno. A veces es posible reconocer la valía de una novela, de una película, de una música… y que sin embargo no te interese o te guste o esté alejada de ti. Leer Divorcio en el aire te ha servido para saber que Torné es bueno, pero que no todo te tiene por qué interesar.

LUNES 14
Nacimiento.
Te llama tu hermano para darte la buena noticia: tu sobrina ha dado a luz. Vuelves a ser tío abuelo. Ya son tres los sobrinos nietos que tienes. I. es tú única sobrina. El resto, siete más, son varones. Con ella también te une algo especial. Era la preferida de tu madre. La única niña de la familia. El año pasado estuviste llorando en su boda desde el principio hasta el final. Te acordaste de tu madre, de lo que a ella le habría ilusionado ver a su nieta casada, y comenzaste a llorar desconsoladamente. Llorabas de nostalgia, pero también de alegría. Era un llanto extraño que no había manera de frenar.

A veces eres duro y no lloras por nada. En la muerte de tu padre, por ejemplo. Te tocó hacer de duro. Apretaste los dientes con fuerza y lograste contener las lágrimas hasta el final. Pero en otras ocasiones no eres tan fuerte. Y el llanto se desencadena, como si algo se te soltase por dentro, como si alguien hubiera abierto la tapa del frasco de las lágrimas.

MARTES 15
Más de la cuenta.
Pasas todo el día acabando de preparar el taller que impartirás en Venezuela. Llevas ya una semana en ello y aún no tienes claro cómo lo vas a plantear. Imprimes material para más de quince horas. Siempre ocurre lo mismo. Al final preparas más de la cuenta. Es como si así te sintieses más seguro. Nada temes más que quedarte sin palabras a mitad de un acto. En ocasiones tienes pesadillas con eso.

Por la tarde haces las maletas para el viaje. Sales mañana temprano y aún no has pensado qué te vas a llevar. Y te ocurre lo mismo que con las conferencias, que acabas llevando más de la cuenta. Llenas la maleta de “porsiacasos”. Parece mentira que aún no hayas aprendido a ir con lo imprescindible.

MIÉRCOLES 16
Largo viaje.
Murcia-Alicante-Madrid-Caracas-Valencia. Más de veinte horas de viaje en total. Extrañamente, el vuelo es productivo y, aparte de escribir algunas cosas, te da tiempo a leer tres libros enteros. El inquilino, de Javier Cercas, 14, de Jean Echenoz, y El discurso sobre la caída de Roma, de Jérôme Ferrari. Tres grandes libros. Tomas notas. Escribirás sobre ellos en el futuro.

Te recibe un atasco monumental –enseguida te darás cuenta de que se trata de una de las características de cualquier desplazamiento en las ciudades venezolanas–, y el viaje de Caracas a Valencia acaba durando más de cinco horas. Cinco horas que se pasan en nada conversando con algunos escritores que habías leído pero que no conocías en persona. Al llegar al hotel te encuentras con S., autor de una de las mejores novelas que has leído este año. También está S. y O., heroicos editores españoles, y otros escritores venezolanos que te tratan con una grandísima generosidad. Entre ellos está D., con el que empatizas rápidamente. Te das cuenta enseguida de que estás ante un sabio, uno de esos que ya no quedan. Alguien que ha leído todo y que sabe de todo. Un descubrimiento absoluto. Nada más que por conocerlo ha merecido la pena el viaje.

JUEVES 17
La próxima vez.
Jet-lag. Cansancio absoluto. Apenas puedes con tu alma. Pero te repones para asistir a la mesa redonda sobre el microrrelato en la Feria del Libro. Hablas sobre cómo empezaste a escribir y lees algunos de tus cuentos. Todo va bien. La experiencia venezolana está siendo maravillosa. Inolvidable. A todos los niveles. Es necesario contarlo todo con detenimiento. Y ahora no tienes tiempo ni espacio. Así que prometes hacerlo la semana próxima, en la siguiente entrada de este Presente continuo. A veces es necesario esperar. 

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