VIERNES 4
Autobiografía y ficción.
En la
Biblioteca Eugenio Trías, el antiguo zoológico del Retiro, te hacen una
entrevista para un programa de libros. Estás nervioso. Mueves las manos constantemente.
No sabes cómo quedará eso en cámara, pero seguramente no bien del todo. Siempre
te ocurre igual cuando estás frente a un público o frente a una cámara –siempre
que te sientes mirado–: te mueves sin cesar. Te aprieta la ropa, la camisa, los
pantalones, los zapatos…, te aprieta incluso la piel. Es como si los ojos de
los demás te oprimieran y tuvieras que moverte sin cesar para poder sobrellevarlo.
Quisieras evitarlo,
pero no puedes. Nunca. Tampoco después, por la tarde, cuando dialogas con
Javier Gutiérrez en la Fnac de Castellana sobre Un buen chico y la relación entre autobiografía y ficción. Habláis
acerca de las cosas que acaban en los libros y que parten de la realidad.
Habláis de sexo, alcohol, drogas, música, amor y amistad. Y dices que hay
novelas donde lo biográfico está tan presente que cuando conoces al autor ya no
puedes quitarte su voz de la cabeza. Eso pasa con los libros de Javier, pero
pasa también con los tuyos. No sabes escribir si no es desde la experiencia.
Aunque luego la modifiques y la enriquezcas. Pero siempre hay algo de la realidad.
Al menos eso pasa en lo que escribes. Y por eso a veces es arriesgado. Porque
te expones. Casi tanto como en este diario. Casi tanto como al decir que,
después, por la noche, también hubo alguna cosa de la que antes habíais
hablado. Sexo, alcohol, drogas, música, amor y amistad. Siempre hay algo de
eso. De un modo u otro.
SÁBADO 5
Libros.
No has dormido
absolutamente nada. Son más de las doce y has quedado con F. para hablar de su
tesis y muchas más cosas. Llegas milagrosamente despierto, aunque no estás en
tu mejor momento de lucidez. Aun así, sigues la conversación con cierta
dignidad. Más tarde, antes de subir al tren, te sumerges en La Central del
Reina Sofía y, de nuevo, compras más libros de la cuenta. Más de los que te
puedes permitir. Más de los que tu casa está dispuesta a dejar entrar. Allí ya casi
no tienes espacio y los libros comienzan a estar por los suelos. A veces te has
preguntado hasta qué punto es necesario vivir rodeado de esos artefactos. No
tienes tiempo de leer muchos de ellos. Algunos quizá no serán leídos jamás.
Pero están ahí, esperando su momento. Esperando que una noche, cuando estés
escribiendo algo y los necesites con urgencia, puedan salvarte la vida –la
intelectual, se entiende–.
Los libros te envuelven.
Estás más seguro flanqueado por ellos. Son como un escudo frente a la
ignorancia. Piensas que no podrías vivir en una casa sin libros, que no podrías
escribir fuera de esa trinchera de papel en la que se ha convertido la
habitación que utilizas como escritorio. Los libros te protegen. Son tu
armadura. Y también tu tesoro más preciado.
DOMINGO 6
Rutina.
Dormitas, te
despiertas, te levantas, comes, te vuelves a acostar, te levantas de nuevo,
intentas escribir, no puedes, intentas leer, no puedes, te acuestas de nuevo. Así
todo el día. Piensas en lo que escribirás aquí y recuerdas una entrada del
diario de Kafka: “Dormido, despertado, dormido, despertado, qué asco de vida”.
Más o menos. Día desperdiciado. Pero tú no dirás “qué asco de vida”, jamás. Todo
lo contrario. Poder acurrucarse bajo las sábanas y entregarse a la pereza sin
culpabilidad es algo que te permites de vez en cuando. Una pequeña subversión
que hace que vivir merezca la pena.
LUNES 7
Escribir para poder escribir.
Escribir para poder escribir.
Te centras en tu novela. La coges con ganas. Estás animado.
Escribes casi quince páginas y acabas el día con más de cincuenta. Las ves sobre
la mesa y parece que ya tienen cierta entidad. Sin embargo, eres consciente de que
nada o muy poco de esas páginas se va a salvar en un futuro. Aún estás
intentando coger el tono. Nunca te ha pasado que necesites tanto para encontrar
el modo perfecto de contar.
En lugar de frenarte y no escribir nada hasta que tengas
claro cómo hacerlo, esta vez has preferido seguir adelante, sabiendo que luego
tendrás que volver y que sólo avanzas para conocer más o menos el camino, para
saber hasta dónde tienes que llegar. Quizá eso no sea escribir. Quizá sea más
bien como tirar piedras a un abismo para saber sus dimensiones antes de bajar por
él. Escritura prospectiva, podrías llamarlo. Escribir para poder escribir
después. Estás convencido de que esta novela vas a tener que acabarla
prospectivamente para saber cómo escribirla después. Vas a tener que escribir
trescientas o cuatrocientas páginas sólo para saber qué es lo que quieres
escribir. Y luego comenzar de nuevo, desde cero, con la memoria del lugar al
que te ha llevado la prospección. Te va a costar. Bastante. Mucho más que la
anterior, incluso. De nada sirve haber escrito antes. Eso no te enseña nada. Lo
único, quizá, y no es poco importante, es que si lo has hecho una vez, ahora
puedes hacerlo de nuevo. Te enseña que la paciencia es importante, que la
perseverancia es imprescindible, que el tiempo es necesario, y que todo llega
cuando menos te lo esperas.
MARTES 9
Sujeto del supuesto
saber.
En despacho de la universidad pareces un médico desde
primera hora de la mañana. Uno detrás de otro van entrando los pacientes.
Doctorandos, tesinandos, estudiantes que buscan consejo sobre su futuro,
alumnos que te preguntan sobre lecturas… Todos creen que sabes más de lo que
realmente sabes y que puedes ayudarles. Pero tu conocimiento es limitado. A
veces te da miedo la confianza que otros ponen en ti, porque eres consciente de
que apenas sabes nada. La gente siempre sabe menos de lo que parece. Eso es un
principio que todos deberían manejar. Si supieran que apenas sabes nada… Lo que
sí crees que haces bien es gestionar lo poco que sabes. Emplearlo de la
mejor manera, darle uso, explotarlo al máximo. Pero ya está. En ocasiones
incluso te pasa por la cabeza la idea de que eres un impostor. Es el lugar el
que sabe. El lugar que ocupes. Es ahí donde reside el supuesto saber. Quizá el
lugar ahora haya cambiado algo. Pero en el fondo tú sabes que sigues sabiendo
lo mismo, muy poco, casi nada.
MIÉRCOLES 9
Tragedia.
Llegas a casa y, al poner el telediario, las imágenes del
desastre de Lampedusa te golpean la retina. Parece una escena de Homeland. Pero es la realidad. Mucho más
cruel y terrible. Doscientos ochenta ataúdes dispuestos en un espacio como si
fueran una instalación minimalista. Ordenados ahora para que entren perfectamente
en cámara. El orden, el control y las líneas férreas y duras que marcan la
escena son precisamente las que han producido la situación. Las fronteras. La
Europa que se cierra sobre sí misma. Lampedusa es la vergüenza de Europa. La
vergüenza de un mundo que se esfuerza en crear un adentro y un afuera. Es la
visibilización de algo que sucede todos los días y que, sin embargo, no
queremos ver. Pero ya no es posible mirar para otro lado. Es urgente que
pensemos el mundo de una manera diferente.
JUEVES 10
Noticias literarias.
El Nobel de literatura va para la canadiense Alice Munro.
Has leído algún relato suyo. Ahora no lo recuerdas demasiado bien. Pero crees
que te gustó. Por supuesto, hubieras preferido a otro escritor. Hubieras
preferido a Don DeLillo, por ejemplo. A Claudio Magris, por ejemplo. Pero al
menos esta vez sabes pronunciar el nombre y puedes decir que la conoces.
En la hora de la siesta te escriben desde Frankfurt para
decirte que una editorial brasileña muy potente, Bertrand, ha hecho una buena
oferta por Intento de escapada.
Entras en la web de la editorial y el catálogo te sorprende un poco. Nora
Roberts, Isabel Allende o Christian Jacq. No son los autores más cercanos a tu
novela. Pero por alguna razón, en la editorial han creído que el libro puede
funcionar en ese contexto. Sonríes y fantaseas pensando en la posibilidad de
que, dependiendo de la editorial que traduzca el libro, en cada país la
recepción de la novela será completamente diferente. Y que mientras que en un país
se leerá como literatura culta en otro te podrían leer como un autor de thriller
de entretenimiento. Te hace gracia esa opción. En cualquier caso, acabas la
semana feliz. Te quedas con eso. No puedes pedir más.
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