4 - 10 Octubre


VIERNES 4
Autobiografía y ficción.
En la Biblioteca Eugenio Trías, el antiguo zoológico del Retiro, te hacen una entrevista para un programa de libros. Estás nervioso. Mueves las manos constantemente. No sabes cómo quedará eso en cámara, pero seguramente no bien del todo. Siempre te ocurre igual cuando estás frente a un público o frente a una cámara –siempre que te sientes mirado–: te mueves sin cesar. Te aprieta la ropa, la camisa, los pantalones, los zapatos…, te aprieta incluso la piel. Es como si los ojos de los demás te oprimieran y tuvieras que moverte sin cesar para poder sobrellevarlo.

Quisieras evitarlo, pero no puedes. Nunca. Tampoco después, por la tarde, cuando dialogas con Javier Gutiérrez en la Fnac de Castellana sobre Un buen chico y la relación entre autobiografía y ficción. Habláis acerca de las cosas que acaban en los libros y que parten de la realidad. Habláis de sexo, alcohol, drogas, música, amor y amistad. Y dices que hay novelas donde lo biográfico está tan presente que cuando conoces al autor ya no puedes quitarte su voz de la cabeza. Eso pasa con los libros de Javier, pero pasa también con los tuyos. No sabes escribir si no es desde la experiencia. Aunque luego la modifiques y la enriquezcas. Pero siempre hay algo de la realidad. Al menos eso pasa en lo que escribes. Y por eso a veces es arriesgado. Porque te expones. Casi tanto como en este diario. Casi tanto como al decir que, después, por la noche, también hubo alguna cosa de la que antes habíais hablado. Sexo, alcohol, drogas, música, amor y amistad. Siempre hay algo de eso. De un modo u otro.

SÁBADO 5
Libros.
No has dormido absolutamente nada. Son más de las doce y has quedado con F. para hablar de su tesis y muchas más cosas. Llegas milagrosamente despierto, aunque no estás en tu mejor momento de lucidez. Aun así, sigues la conversación con cierta dignidad. Más tarde, antes de subir al tren, te sumerges en La Central del Reina Sofía y, de nuevo, compras más libros de la cuenta. Más de los que te puedes permitir. Más de los que tu casa está dispuesta a dejar entrar. Allí ya casi no tienes espacio y los libros comienzan a estar por los suelos. A veces te has preguntado hasta qué punto es necesario vivir rodeado de esos artefactos. No tienes tiempo de leer muchos de ellos. Algunos quizá no serán leídos jamás. Pero están ahí, esperando su momento. Esperando que una noche, cuando estés escribiendo algo y los necesites con urgencia, puedan salvarte la vida –la intelectual, se entiende–.
Los libros te envuelven. Estás más seguro flanqueado por ellos. Son como un escudo frente a la ignorancia. Piensas que no podrías vivir en una casa sin libros, que no podrías escribir fuera de esa trinchera de papel en la que se ha convertido la habitación que utilizas como escritorio. Los libros te protegen. Son tu armadura. Y también tu tesoro más preciado.

DOMINGO 6
Rutina.
Dormitas, te despiertas, te levantas, comes, te vuelves a acostar, te levantas de nuevo, intentas escribir, no puedes, intentas leer, no puedes, te acuestas de nuevo. Así todo el día. Piensas en lo que escribirás aquí y recuerdas una entrada del diario de Kafka: “Dormido, despertado, dormido, despertado, qué asco de vida”. Más o menos. Día desperdiciado. Pero tú no dirás “qué asco de vida”, jamás. Todo lo contrario. Poder acurrucarse bajo las sábanas y entregarse a la pereza sin culpabilidad es algo que te permites de vez en cuando. Una pequeña subversión que hace que vivir merezca la pena.

LUNES 7
Escribir para poder escribir.
Te centras en tu novela. La coges con ganas. Estás animado. Escribes casi quince páginas y acabas el día con más de cincuenta. Las ves sobre la mesa y parece que ya tienen cierta entidad. Sin embargo, eres consciente de que nada o muy poco de esas páginas se va a salvar en un futuro. Aún estás intentando coger el tono. Nunca te ha pasado que necesites tanto para encontrar el modo perfecto de contar.

En lugar de frenarte y no escribir nada hasta que tengas claro cómo hacerlo, esta vez has preferido seguir adelante, sabiendo que luego tendrás que volver y que sólo avanzas para conocer más o menos el camino, para saber hasta dónde tienes que llegar. Quizá eso no sea escribir. Quizá sea más bien como tirar piedras a un abismo para saber sus dimensiones antes de bajar por él. Escritura prospectiva, podrías llamarlo. Escribir para poder escribir después. Estás convencido de que esta novela vas a tener que acabarla prospectivamente para saber cómo escribirla después. Vas a tener que escribir trescientas o cuatrocientas páginas sólo para saber qué es lo que quieres escribir. Y luego comenzar de nuevo, desde cero, con la memoria del lugar al que te ha llevado la prospección. Te va a costar. Bastante. Mucho más que la anterior, incluso. De nada sirve haber escrito antes. Eso no te enseña nada. Lo único, quizá, y no es poco importante, es que si lo has hecho una vez, ahora puedes hacerlo de nuevo. Te enseña que la paciencia es importante, que la perseverancia es imprescindible, que el tiempo es necesario, y que todo llega cuando menos te lo esperas.

MARTES 9
Sujeto del supuesto saber.
En despacho de la universidad pareces un médico desde primera hora de la mañana. Uno detrás de otro van entrando los pacientes. Doctorandos, tesinandos, estudiantes que buscan consejo sobre su futuro, alumnos que te preguntan sobre lecturas… Todos creen que sabes más de lo que realmente sabes y que puedes ayudarles. Pero tu conocimiento es limitado. A veces te da miedo la confianza que otros ponen en ti, porque eres consciente de que apenas sabes nada. La gente siempre sabe menos de lo que parece. Eso es un principio que todos deberían manejar. Si supieran que apenas sabes nada… Lo que sí crees que haces bien es gestionar lo poco que sabes. Emplearlo de la mejor manera, darle uso, explotarlo al máximo. Pero ya está. En ocasiones incluso te pasa por la cabeza la idea de que eres un impostor. Es el lugar el que sabe. El lugar que ocupes. Es ahí donde reside el supuesto saber. Quizá el lugar ahora haya cambiado algo. Pero en el fondo tú sabes que sigues sabiendo lo mismo, muy poco, casi nada.


MIÉRCOLES 9
Tragedia.
Llegas a casa y, al poner el telediario, las imágenes del desastre de Lampedusa te golpean la retina. Parece una escena de Homeland. Pero es la realidad. Mucho más cruel y terrible. Doscientos ochenta ataúdes dispuestos en un espacio como si fueran una instalación minimalista. Ordenados ahora para que entren perfectamente en cámara. El orden, el control y las líneas férreas y duras que marcan la escena son precisamente las que han producido la situación. Las fronteras. La Europa que se cierra sobre sí misma. Lampedusa es la vergüenza de Europa. La vergüenza de un mundo que se esfuerza en crear un adentro y un afuera. Es la visibilización de algo que sucede todos los días y que, sin embargo, no queremos ver. Pero ya no es posible mirar para otro lado. Es urgente que pensemos el mundo de una manera diferente.


JUEVES 10
Noticias literarias.
El Nobel de literatura va para la canadiense Alice Munro. Has leído algún relato suyo. Ahora no lo recuerdas demasiado bien. Pero crees que te gustó. Por supuesto, hubieras preferido a otro escritor. Hubieras preferido a Don DeLillo, por ejemplo. A Claudio Magris, por ejemplo. Pero al menos esta vez sabes pronunciar el nombre y puedes decir que la conoces.

En la hora de la siesta te escriben desde Frankfurt para decirte que una editorial brasileña muy potente, Bertrand, ha hecho una buena oferta por Intento de escapada. Entras en la web de la editorial y el catálogo te sorprende un poco. Nora Roberts, Isabel Allende o Christian Jacq. No son los autores más cercanos a tu novela. Pero por alguna razón, en la editorial han creído que el libro puede funcionar en ese contexto. Sonríes y fantaseas pensando en la posibilidad de que, dependiendo de la editorial que traduzca el libro, en cada país la recepción de la novela será completamente diferente. Y que mientras que en un país se leerá como literatura culta en otro te podrían leer como un autor de thriller de entretenimiento. Te hace gracia esa opción. En cualquier caso, acabas la semana feliz. Te quedas con eso. No puedes pedir más.




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