VIERNES 27
Espacios de la cultura.
Se
abre un espacio cultural en Murcia. Espacio
pático. Vas a
la inauguración. No
puede haber más gente.
Deseas que todo vaya bien. Es un acto de heroísmo,
abrir un espacio así ahora.
Pero no queda otro remedio. Ya no es posible confiar en el Estado. Es tiempo de
arriesgarse. Y hay que aplaudir a los que lo hacen.
Después, con R., ves Las brujas de Zugarramurdi. Hay bastantes espectadores, sobre todo
para ser una película
española. No
es tan mala como las últimas
de Álex de
la Iglesia. Se puede aguantar. Lo mejor, sin duda, el ambiente en el cine. Hacía tiempo que no ibas al Rex. Ahora
hay más
espacio entre las butacas. Tus rodillas lo agradecen.
SÁBADO 28
Tesis que sí. El derbi.
Te
levantas temprano y te encierras a acabar de leer la tesis que tienes que
evaluar el lunes. Es una gran tesis, de las mejores que has leído. Aprendes y disfrutas. Pero llevas ya varios días metido en ella. Estar en tribunales de tesis no está remunerado, quita mucho tiempo, hipotecas prácticamente una semana –o más–, pero es una de las funciones
principales de un profesor de universidad. Por eso te alegra encontrar por fin
una tesis que merece la pena. Es el resultado de varios años de trabajo. Una cosa seria. No comprendes que haya gente
que tome estas cosas a la ligera.
Por la
noche, sales un momento de la cueva para ver el Real Madrid-Atlético. Lo contemplas sin ninguna pasión. Frialdad total. A veces, por muy del Madrid que seas,
tomas las cosas con mucha distancia. Eres capaz de emocionarte y llorar en un
partido, pero también puedes pasar absolutamente
de la tragedia deportiva y te da igual que el Madrid, el Murcia o la selección caigan derrotados. Es un deporte, nada más. En cuanto acaba el partido, vuelves a la realidad. Nunca
una derrota te ha amargado el día. Tampoco una victoria te ha
hecho feliz más allá del terreno de juego.
DOMINGO
29
Onomástica.
Es tu
santo. San Miguel. Hace ya cinco años que tu madre no está aquí para felicitarte. Ella
siempre quería ser la primera en hacerlo. Y
solía conseguirlo. Ahora ya casi
no lo celebras. Pero durante un tiempo lo festejaste más que tu cumpleaños. Era la tradición familiar. Comprabais tortada, con un merengue algo
empalagoso –tu madre lo llamaba manjar– y con caramelo quemado –amargo
a más no poder– sobre el bizcocho. Lo acompañabas
con Coca-Cola o Fanta de naranja. La mezcla era horrible, pero aún recuerdas el sabor. Y cada vez que pasas por un confitería te ocurre como a Proust con la magdalena de la tía Leoncia, que todo vuelve de nuevo. Que vuelve el tiempo
que se fue para siempre y todo lo que lo rodeaba. Y en días como estos recuerdas que tu madre siempre decía lo mismo sobre tu nombre: que te pusieron Miguel Ángel porque tu hermano P. se empeñó. “Miguel Ángel, como el escultor”. Si no te llamarías Cristóbal, como tu abuelo, como quería tu padre. “Cristóbal no, Juan Antonio, que lo desgracias”, le decía tu madre a tu padre. Y te
quedaste con Miguel Ángel. Para siempre.
Es
curioso cómo los nombres acaban
perteneciendo a las personas. Ahora no concibes llamarte de otra manera. En el
nombre, en la palabra aleatoria, hay toda una experiencia. El nombre propio no
sólo son letras, no sólo es una sonoridad; es
inseparable de una vida. Por eso ningún nombre es igual a otro,
aunque coincidan letra por letra. Los nombres nombran, pero en su nombrar
cobran vida. Quizá sea por eso por lo que en tu
casa se celebraba más la onomástica que el cumpleaños. Porque la onomástica recuerda en realidad el momento en el que el sujeto
es nombrado y comienza a ser concebido en la imaginación. Muchos tienen nombre antes de nacer. Y es en el momento
del nombramiento cuando “ello”, el bebé, empieza a ser un sujeto que
ya tiene un lugar asignado en la comunidad. El nombre es lo que nos hace
personas, lo que nos permite ver al otro como un individuo separado y no como
una masa. Somos nombre. Eso es importante.
LUNES 30
Temores, viajes y finales.
A las dos
de la madrugada te despierta una llamada: la madre de R. se ha caído y se ha roto la cadera. R. se levanta rápido y sale para el hospital. Tú te quedas inquieto, pero no puedes acompañarla. Tienes que viajar a Madrid en apenas unas horas. No
puedes faltar a la lectura de la tesis. Haces el viaje intranquilo. Y durante
todo el trayecto –durante todo el día–, estás pendiente del teléfono. No dejas de pensar en la
vejez y en la enfermedad. Son tus dos mayores pesadillas. Has pasado tu
juventud rodeado de ellas. Y sabes que tarde o temprano, de una manera u otra,
volverán de nuevo –si es que alguna vez han llegado a irse del todo–.
En
Madrid, sin tiempo para comer ni prácticamente para respirar,
asistes a la defensa de la tesis. Alto nivel de discusión sobre la cámara lenta y el plano
secuencia como experiencias temporales alternativas a la hegemonía cronológica de la modernidad.
Sobresaliente cum laude. El tribunal no tiene dudas. Gran tesis. Te habría gustado quedarte a charlar con el doctorando y su
directora. Pero la defensa se ha alargado y tienes que salir corriendo para
coger el tren de vuelta.
Regresas
cansado. R. también está cansada. Todo el día en el hospital, sin haber
dormido ni comido. Aun así, antes de iros a la cama no
podéis evitar ver el final de Breaking Bad. Es maravilloso, espléndido. Una de las mejores series que has visto. Pero no la
mejor. En eso estás de acuerdo con R. No llega
al nivel de complejidad de The Wire.
Piensas que en algún momento deberías escribir de estas cosas.
MARTES 1
El mundo sigue.
Te das
cuenta de que esta semana apenas has visto las noticias. El mundo continúa. Sigue ocurriendo lo peor. Aunque tú no lo veas. Cuando cierras los ojos las cosas siguen
sucediendo. Lo extraño es que cuando te reenganchas
al mundo, nunca tienes la impresión de haberte perdido nada.
Como decía la canción, la vida sigue igual.
Relees
los libros de Javier Gutiérrez. El viernes vas a tener
una charla con él en Madrid. Hace un año y medio encontraste Un
buen chico por casualidad. El libro te cautivó
desde el primer momento y escribiste una reseña
muy elogiosa. Comenzaste a admirarlo como escritor. No podías imaginar que acabaría convirtiéndose en un gran amigo.
MIÉRCOLES 2
Proceso creativo.
Esta
semana no has escrito ni una línea de la novela. La has
tenido en la cabeza todo el tiempo, pero no has avanzado nada. De todos modos,
hoy has comenzado un cuento. Algo es algo. Mientras corrías –has salido tres o cuatro
veces, tampoco es para tanto– se te ha parado el pulsómetro y eso ha disparado tu imaginación. Por un momento se te ha pasado por la cabeza una
pregunta tonta: ¿y si lo que ocurre es que
estoy muerto y por eso no me marca las pulsaciones? Inmediatamente, has
comenzado a elucubrar e imaginar historias. De camino a casa no has podido
pensar en otra cosa, y nada más llegar, antes incluso de
ducharte, te has sentado al ordenador para esbozarlo. Has escrito dos páginas casi sin pensar. No sabes si llegará a algún lugar, pero la idea no es
mala.
Así es como ocurren las ideas literarias, al menos es como a
ti se ha ocurrido todo lo que has escrito. Un fogonazo, una casualidad, que te
hace pensar en un mundo posible, en un “y si…”. Desarrollar esa posibilidad es cuestión de paciencia, organización,
oficio y un poco de talento. Encontrar el fogonazo y que surja el “y si…”… eso ya no sabes de dónde viene.
JUEVES 3
Paciencia. Una vez más.
Operan a
la madre de R. Todo sale bien, afortunadamente. Ahora toca la recuperación, el reposo. Proceso lento. Desesperante. Hay que tener
mucha paciencia. A veces piensas que tú no aguantarías. Serías muy mal enfermo. El peor de
todos.
A mediodía sales para Madrid, de nuevo. Viajas en coche con D. y
llegas justo para la presentación del libro de Isaac Rosa en
una librería de la ciudad. No lo conoces
personalmente y te apetece hacerlo. Acabas charlando un rato con él y los que quedan de la presentación. Después, con J. y L., seguís la conversación sobre literatura y
escritores que ellos conocen. Aún no te crees que estés aquí, en medio ese mundo que hace
menos de un año admirabas desde fuera. Los
sueños se cumplen a veces. Lo
importante es poder darse cuenta de ello.
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