20 - 26 Septiembre


VIERNES 20
Hablar en público. Madrid te mata.
Conversación en la Fnac de Castellana sobre Intento de escapada y la literatura de ideas con Jesús Marchamalo. Algunos amigos asisten. También otros a los que no conoces –esos son los menos–. Marchamalo está espléndido. Tú, como siempre que hablas en público, algo titubeante y no demasiado lúcido –prefieres escribir a hablar, no es ninguna novedad–. Por momentos te parece que estás en un programa de radio. El tono de la voz de Marchamalo y sus preguntas te transportan inmediatamente a un estudio con micrófonos. Al final parece que al público le gusta lo que decís y todos quedan contentos.

Vuelves a hacerte la misma pregunta de siempre. Cuando sientes que lo has hecho solo regular, no sabes si los demás mienten para consolarte y no hacer más daño a tu retórica pobre o si realmente piensan que has estado bien. Quizá ocurre que ya no eres capaz de apreciar nada de lo que haces porque todo te parece un fracaso. Un fracaso sobre lo que imaginas que podrías haber hecho.

Minutos antes de la charla, M. te hace una entrevista sobre lo que piensas de la literatura española dentro de treinta años. “¿Qué escritor español ganará el Nobel en 2050?” Isaac Rosa, respondes sin pestañear. Te sale espontáneamente. Luego lo piensas y quizá sea porque la noche anterior has estado escribiendo hasta la madrugada sobre su última novela y estás convencido de que, obra tras obra, va construyendo un edificio narrativo sólido y coherente.

En los últimos meses, has conocido a escritores que habías leído y cuya obra admirabas. Muchos de ellos se han convertido en grandes amigos con quienes has compartido ya momentos inolvidables. Uno de esos sucede esta noche. Estáis en un bar de Madrid y de repente alguien te pide que te apartes un poco para poder pasar al interior. Te das la vuelta y es el Príncipe Felipe, que viene con Letizia, disfrazado de persona normal. Miras lo que estás bebiendo y piensas inmediatamente que el alcohol que sirven en ese bar es bueno. Después, tus amigos te corroboran que sí es él, que no es una alucinación. Se monta enseguida un revuelo y la monarquía centra todas las conversaciones. Tú no te emocionas demasiado. Lo ves con absoluta normalidad. No eres nada mitómano. Pero comprendes la excepcionalidad de la situación. Al salir del bar, un amigo escritor se hace una foto con él. Después, llegan más escritores y la noche se alarga algo más. Tú, sin embargo, estás demasiado cansado y te vuelves al hotel con L. antes de lo habitual. La pizza calzone se te cae por el camino. Madrid te mata.

SÁBADO 21
Madrid te vuelve a matar.
Resaca monumental. Juras no volver a beber. La cabeza te explota y pasas todo el día con náuseas. Quieres ver exposiciones pero tu cuerpo te lo prohíbe. Sólo consigues ver la de Manuel Vilariño en Tabacalera. Espléndida. Conoces su trabajo. Has escrito uno de los textos del catálogo. Pero aún no habías visto en directo muchas de sus fotos. Te convences de que es uno de los artistas más sinceros y potentes de cuantos hay en España. Después, comes con L. y M.V. en un restaurante marroquí en el que no puedes pedir cerveza. Habláis de arte. Y tú no puedes evitar que siempre que estás a M.V. aparezca la melancolía. Te acuerdas de J.L.B. Y sientes que el pensamiento crítico en España sigue huérfano.

Por la noche, aunque te habías prometido no beber nada, acabas con una copa en la mano y se te sube el alcohol enseguida. Llegas a la habitación del hotel en estado lamentable. L., que se había quedado dormido sobre la cama a medio cambiarse, te pregunta si estás bien. Maravillosamente, respondes. Y duermes con las gafas puestas. Madrid te mata de nuevo.

DOMINGO 22
Regresar.
Con L., cuya novela esperas ya ansiosamente, has instituido una tradición cada vez que viajas a Madrid: pasar la resaca del domingo en La Central. Consiste en desayunar en la librería mientras la cabeza está a punto de explotar y arrastrarse después entre las estanterías para dejarse poseer por los libros. El resultado es siempre el mismo: te vuelves cargado de novedades y libros que no puedes conseguir en Murcia. Como no puede ser de otro modo, aprovechas para ver cómo está situada tu novela en la librería, dónde la tienen, cuántos ejemplares quedan…, no lo puedes evitar. Te alegras porque sigue en la mesa de novedades, con la pegatina de “La Central recomienda”. Le haces una foto y la guardas para tu archivo de recuerdos de un tiempo que no sabes si se volverá a repetir. El Príncipe te da igual, pero estas cosas te llenan de ilusión.

Regresas en tren. Duermes la mayor parte del trayecto. La otra lees y navegas por Internet. Lees casi entero el libro de microrrelatos de Muñoz Rengel. Algunos son muy buenos. Sientes un punto de envidia. Algún día debes volver al género. Te gustaba escribirlos. No se te daba demasiado mal. Probablemente lo retomes.

R. te recoge en la estación y te lleva a casa. El deseo te posee y apenas aguantas a cruzar la puerta. La excitación de hoy no es habitual. R. dice que tus besos saben a metálico. Tú también te notas extraño. Tienes los tobillos hinchados. Te miras al espejo y no acabas de reconocerte. Quizá tengas que renacer.
  
LUNES 23
Fluchtversuch.
Te levantas con dolor de cabeza. Vas al gimnasio pero tienes que volverte enseguida. Estás mareado, con dolor de estómago y totalmente fuera de juego. Por la tarde tienes incluso que cortar antes de tiempo tu charla sobre las autobiografías de Félix de Azúa en Los Molinos del Río. Es el último día de un ciclo que ya dura dos años. Ahora se hará cargo J. y seguro que lo hace mejor que tú.

La noticia del día llega a la hora de la siesta. Por alguna razón, las mejores noticias profesionales siempre te han llegado entre las cuatro y las cinco. Cuando te llamaron del Clark Institute, cuando te dijeron que tu novela se iba a publicar en Anagrama, o ahora, cuando te escriben de la editorial para decirte que tienen una oferta para traducir tu novela al alemán. Todo el malestar se evapora inmediatamente. Ya no hay dolor de cabeza, ni fiebre, ni extrañas sensaciones. Todo se transforma en alegría. Entras en la web de la editorial que quiere traducir la novela. Wagenbach. Una editorial histórica. Ves que han traducido a Chirbes, Piglia, a Marías y a Marsé. Y que publican a italianos como Manganelli y otros escritores que admiras. La alegría no puede ser mayor. Por supuesto, dices que sí, que como sea, que te da igual a lo que ascienda el anticipo, que lo importante es que se traduzca. Y en menos de media hora todo se gestiona y recibes un correo de tu editor felicitándote por tu primera traducción. Fluchtversuch. Suena bien. Bueno, todo suena bien ahora. Esperas a que llegue R. para darle la noticia y abrazarla. “Mi Miguel… es un ilusionao”, dice ella recordando la frase que usaba tu madre cuando le contabas tus cosas. Sonríes con cierta melancolía. Te gustaría haberle podido contar todo esto. Las cosas suceden siempre demasiado tarde.

MIÉRCOLES 25
Hablar de literatura.
Por la mañana quedas con J.M. para hablar de literatura. Sabe muchísimo más que tú y a ti te encanta aprender. Además, disfrutas enormemente hablando de libros. Hablar de literatura es muchas veces como hablar de sexo. No es exactamente lo mismo que escribir o hacer el amor, pero es casi igual de placentero. Decía Roland Barthes que hablar de sexo es como hacer el amor con las palabras, que el lenguaje roza el cuerpo y lo penetra como si realmente fuera un elemento material. Hablar de sexo acrecienta el deseo, decía el escritor francés. Hablar de literatura, de escritores que te gustan, o de lo que escribes, tiene un efecto similar. Acrecienta el deseo de leer y escribir. Por eso llegas a casa pletórico y con ganas de escribir. Abres el ordenador y escribes varias páginas compulsivamente, sin pensar, como poseído por una magia que no sabes muy bien de donde viene. Después, lees. No concibes felicidad mayor.

JUEVES 26
El momento de la lectura.
Asistes de tribunal a una tesina sobre Jacques Derrida. Mientras lees el trabajo te das cuenta de lo que te falta por saber. Cuando regresas a casa ves sobre la mesa la pila de libros de Derrida que has tenido allí mientras leías el trabajo. La mayoría no los has leído. Están allí esperando que encuentres el momento. Quizá haya llegado su tiempo. Quizá nunca sea, a fin de cuentas, demasiado tarde para leer.

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